Todo el mundo estará de acuerdo en que el nacimiento viene acompañado de emociones positivas. Incluso en las circunstancias más adversas, la llegada de un nuevo ser está asociada a momentos de alegría para los padres, la familia y la comunidad. Las madres, en pocas horas, olvidan las dificultades, los inconvenientes y los dolores acaecidos durante el embarazo y el parto, y los padres suelen referir frases como “es la mejor experiencia de mi vida”.
Cuando de ganancias se trata, parece que todo resulta fácil y acompañado de sentimientos y pensamientos de felicidad. Pero, ¿qué sucede cuando se trata de pérdidas?, ¿qué dificultades podemos encontrar?, ¿qué papel tienen los recuerdos?… Estas son algunas de las cuestiones que me gustaría discernir.
Solemos transitar por los caminos de los recuerdos. Si recordamos una situación agradable, provocará un sentimiento placentero, pero si rememoramos una desagradable nos sobreviene el malestar pasado. Los recuerdos dolorosos son como heridas abiertas, que vuelven a sangrar cada vez que afloran en la conciencia. Ante un estimulo desencadenante del recuerdo, activamos el mismo circuito cerebral, por el mismo o parecido sendero, encontrándonos con los mismos pensamientos y emociones que un día tuvimos.
Olvidar o evitar un recuerdo es la forma de esquivar el sufrimiento, pero tan solo nos alivia de forma transitoria, asegurando a largo plazo también su permanencia. Sin embargo, buscar un nuevo enfoque de lo sucedido, detenernos en ese recuerdo, observarlo, y decidirnos a buscar una nueva forma de pensar, puede cambiar el ángulo de visión y reconducirnos a un nuevo sendero. Este proceso comienza por aceptar lo sucedido, tal como fue, admitiendo que no podemos cambiarlo, aunque sea eso ciertamente lo que queramos. Para ello, tendríamos que eliminar de nuestro discurso interno y externo los famosos y, la vez, inmovilistas “debería”, “si hubiera sido”, “si hubiese hecho”, “si no hubiera pasado”, etc.
En este proceso, podría sernos útil reflexionar sobre diversas cuestiones como: ¿puedo cambiar lo que sucedió?, ¿podría haber sido de otra manera en las mismas circunstancias?, etc., para comprender que no somos capaces de controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí nuestros pensamientos. Así, si dejamos de comparar lo que queríamos que hubiese sucedido con lo que realmente sucedió, parte de nuestro malestar comenzará a desaparecer. Siendo lo importante, no lo que pasó, sino lo que hacemos con lo que pasó.
José L. Fernández Martín
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