Esta era y sigue siendo la intención del ingenioso Stephen Hawking en su incesante búsqueda de una teoría que englobara la dinámica del universo. Es considerado uno de los físicos teóricos más brillantes desde Albert Einstein. Su trabajo donde intenta hacer retroceder el “reloj” a los orígenes del universo (“Del Big Bang a los agujeros negros”) alborotó el campo de la cosmología. Sus recomendadísimas obras como “Una breve historia del tiempo (1988)”, “El universo en una cascara de nuez” (2001) y “El gran diseño (2010)” ayudó a acercarnos la ciencia. Estudió Ciencias Naturales en la Universidad de Oxford y después se trasladó a Cambridge para iniciar su doctorado en cosmología. Ha sido galardonado con numerosos premios a lo largo de su carrera, como por ejemplo “la Orden del Imperio Británico (1982)”, “el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia (1989), entre otros. Así como en 1979 aceptó la Cátedra Lucasiana de Matemáticas de la Universidad de Cambridge, el puesto que ocupó una vez Isaac Newton.
En esta artículo pasamos a comentar la interesante película “La teoría del todo” del director James Marsh y con Eddie Redmayne y Felicity Jones interpretando a Stephen y Jane Hawking.
Esta historia de sabor agridulce gira en torno al vínculo que une a Jane y Sthepen en un contexto de mentes privilegiadas, mientras el proclamado científico comienza su doctorado en física. Es en este período, con 21 años de edad, donde es diagnosticado de la enfermedad de la motoneurona también conocida como Esclerosis Lateral amiotófica (ELA o enfermedad de Lou Gehrig).
Una enfermedad donde el centro de acción se sitúa en las neuronas del cerebro y la médula espinal que controlan los movimientos de los músculos voluntarios. Se conoce que uno de cada 10 casos de ELA se debe a un defecto genético, mientras que el resto de casos aún se desconoce la causa.
En esta enfermedad las neuronas encargadas de enviar información a los músculos se desgastan o mueren, lo que va llevando a un debilitamiento muscular, “fasciculaciones” que son pequeñas e involuntarias contracciones musculares visibles bajo la piel y que no producen movimiento de miembros (debido a descargas nerviosas espontáneas), además la incapacidad de mover los brazos, las piernas y el cuerpo. La afectación empeora lentamente y cuando los músculos en el área torácica dejan de trabajar, se vuelve difícil o imposible respirar por sí solo.
Esta enfermedad afecta a 5 de cada 100.000 personas en todo el mundo. No se conocen factores de riesgo, tan solo, tener un miembro de la familia que presente una forma hereditaria de la enfermedad.
Los síntomas se presentan hasta después de los 50 años de edad, pero puede empezar en personas más jóvenes. La muerte por la enfermedad ocurre generalmente de 3 a 5 años después del diagnóstico y solamente 1 de cada 4 personas sobreviven sobrepasados los 5 años.
Esta enfermedad no afecta a los sentidos (vista, oído, gusto, tacto, olfato). El movimiento ocular o las funciones cognitivas (pensamiento o razonamiento) son afectados en raras ocasiones.
El apoyo emocional es vital para este tipo de trastornos y existen recursos como Medline: http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/002189.htm donde aparte de detallar amplia información sobre la enfermedad (síntomas, pruebas diagnósticas, etc.) aportan recursos sobre asociaciones.
La historia del famoso científico no solo conmueve por la idea que nos inyecta “Mientras haya vida hay esperanza” y que la inteligencia es aquella habilidad que nos debe de servir para adaptarnos a los cambios. Nos recuerda que la esperanza lo es todo y forma parte de nuestro motor para superar cualquier expectativa. Nunca se sabe quién atravesará la siguiente línea, quién dará el siguiente paso adelante. Aunque reconoce que no somos más que una raza de avanzados primates en el “extrarradio galáctico” en un inmenso océano universal, nuestra capacidad para pensar sobre “dónde” nos hayamos y preguntarnos “por qué” nos hace especiales y fascinantemente raros.
En una de sus narraciones argumenta: “He notado que aún la gente que dice que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, mira antes de cruzar la calle”. Quizás nuestras vidas no deseen que todo quede reducido a un “guión invisible” o un “juego de dados”, sino un equilibrio donde predomine nuestro afán de buscar, explorar y modificar lo que esté de nuestra mano. Hay un principio bello y armónico de la ciencia que engloba este intento de “una fórmula que lo explique todo”, la parsimonia, que es la preferencia por la explicación más simple entre varias alternativas.
Lo que nos deja claro esta película, es que podemos alterar “las fórmulas de nuestras vidas” y siempre aparecerán artefactos misteriosos que pueden alterar el rumbo de nuestras particulares brújulas. Siempre y cuando seamos los espectadores.
Moisés Bermúdez Hernández
Cynthia Montesinos says
Me encantó tu comentario Moises, no he visto la peli, pero ahora la pongo en agenda, lo mejor como tu lo dices es la idea que se proyecta en la película…..“Mientras haya vida hay esperanza” . Gracias.
María José says
Excelente artículo. Vi la película y me encantó. Porque no trataron el tema con morbo ni tragedias. Mi marido murió de ELA Y es una enfermedad terrible y despiadada.